En dos semanas me dijo ‘te quiero’. Lo supe en ese mismo momento. Supe que la historia iba a tener final y que no iba a ser bueno. Antes le dije, ‘No. Tú me vas a decir primero el ‘te quiero’’. Y lo hizo. Lo hizo inmediatamente.

Después del ‘te quiero’ empezó el principio del declive. Yo iba apuntando en el calendario que tengo colgado en la nevera las sensaciones que me producía estar con él cada semana. Todos los miércoles, sin fallar, anotaba una palabra: Grande (primer miércoles), Muy grande (segundo), Mmmmm!, tercero… El sentido de la palabra, en solo nueve semanas, iba desmejorando cada miércoles y el último tercer día de la semana de ese embarazo exprés puse bien grande: ¡MIERDA! El sábado apunté: FIN.

Le avisé de cada paso, le dije que no era masoquista, que no me ajunto con el dolor, que no me vengo, que simplemente…me aparto. Pero no escuchó, o no quiso escuchar.

Sabía que no me quería, llámalo intuición, o simplemente ese talento brujo que dice mi prima Ele (la que tiene ocho meses más que yo) que heredamos de la bruja de mi abuela. O llámalo que se veía transparente como el agua. No me quería en sus gestos, en sus actos, en sus palabras.

Pero sí aprovechaba, exprimía y abrazaba lo que yo libremente decidí darle: mi cuidado hacía él, mi atención, mi tiempo, mi arte culinario, el de Begoña -otra bruja dueña de un Akelarre- mis amigos, mi cariño, mi energía, mis pensamientos, mi intimidad, mi hogar y mi creatividad y…, lo peor o lo mejor, pizquitos de mi alma.

Le regalé conciertos, le regalé flamenco, le regalé bailes, canciones, charlas, lecturas tranquilas, pensamientos, desayunos diarios, cuidados personales, una camiseta, remedios para no desfallecer, remedios pa’ fumar menos, paseos, paciencia, películas, un cepillo de dientes, cenas interesantes, cenas románticas, almuerzos sanos, conferencias, líquido p’ las lentillas, entendimiento, lavadoras, cariño, humor y oportunidad.

Lo cogió todo con las manos abiertas y bien grandes y lo despreció todo de igual manera. Él decía que no esperaba nada de nadie. Que no pide nada. Pero sí lo cogía todo. Como si le perteneciera. Como si tuviese un derecho divino a recibirlo, como si fuese suyo. Como si no fuese un regalo.

Él, a cambio me daba su tiempo ¡Grande su tiempo! El tiempo que yo pasaba con él.

Y, como es generoso, también daño sin intención.

Como este regalo a mí no me gusta, cuando me lo dio sin sutileza y con poco tacto, en varias ocasiones le dije que toito pa’ él. Que lo sentía, pero que no me apunto al juego de ‘A ver quién jode más’. Que me repito y me repito:

No soy masoquista.

Que no soy una mujer inteligente, que solo soy una mujer honesta. Que ni en otra vida, gracias.

Que esa historia ya me la conozco. Que me aburre. Que no me interesa. Que pa’ otra. Pero que sea otra muy mala, para que tenga provecho el daño sin intención. Porque eso de ‘la maté sin querer’, pues que no me cuadra.

Me dijo que, no soy yo, que no sabía qué le pasaba. Y yo como soy generosa le expliqué, porque ese problema suyo lo vi claro cristalino:

‘Querido mío, que eres inmaduro, que no estás educado, que yo soy muy mayor pa’ educarte, que no me apetece, que no quiero hijos, que tú, por cierto, también lo eres, mayor, digo. Que, mi examor, eres egoísta, que solo piensas en ti y, que, como vas por la vida buscando solo tus intereses no piensas que por el camino te vas cargando gente. Así que la pastillita del remedio pa´ ese mal tuyo es que antes de hacer algo, pienses un poquito, solo un poquito, en lo que le puede afectar a los que tienes cerca ¿Me explico…Me entiendes?’ le escupí, copiando frases suyas.

  • Sí, me respondió.

Las últimas palabras de nuestra conversación fueron mías. Es que soy así, tengo que decir la última palabra.

  • Enhorabuena, yo ya tampoco espero nada de ti.
  • Sí efectivamente, el problema es tuyo. Lo siento.
  • Por favor ven a buscar tus cosas cuanto antes que a mí no me gusta alargar estos temas.

Y como remate le brindé mi último regalo: el final de una historia que empecé con él, de título: ‘’El Director’.

Después, borré sus palabras y las mías, su contacto del teléfono, sus fotos. Hice una bonita bolsa con sus cosas. De plástico, porque ya no le regalo ni una bolsa de tela. Adorné con un lazo un cono de obra que una amiga suya, sin mi permiso, dejó en mi casa para que también se lo lleve y… me abrí una botella de vino.

El Director buscaba a alguien interesante cuando me topé con él. Yo ahora le recomiendo que busque a una gilipollas. Seguramente aguantará mucho mejor sus daños sin intenciones y, por otro lado, si va a joder a alguien, pues qué mejor que a una gilipollas ¿No?

Hoy se lo dedico…. ¡Mmmm!, déjame pensar… Sí, al Director. Mi último regalo.  Toito pa’ él.

Un comentario en “Sin intención también duele ¡Idiota!

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